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El cuarto aniversario espectacular...así que a por el siguiente que -como dicen en los toros- no hay quinto malo¡¡¡. El menú de este cuarto año de placeres para los sentidos ha sido un acierto. Fuimos en grupo, porque últimamente cada vez que viajamos a Valencia con amigos no podemos hurtarles uno de los ¿secretos? mejor guardados de la ciudad: La Salita.
Para acompañar la cena pantagruélica ( y después de las cervezas con chips de yuca y plátano) pedimos un cava (Gramona) y un par de botellas de El Sequé 2007. En los aperitivos "el picoteo" la primera sorpresa fue el Gazpacho burbuja....Parecía una copa de cava con espuma, ligera y transparente, pero tenía todo el sabor original del gazpacho. La pregunta entre los comensales ¿y donde están los ingredientes? ¡no hay nada rojo¡. Delicioso. Después llegó “El calentito”, un consomé de olla para hacer cuerpo y poder con todas las delicias que se avecinaban.
El caldo viene con su croqueta. De ahí pasamos a la costilla de cerdo ibérico con una salsa que recuerda a la del pato lacado...impresionante, acompañado de una patata brava con remate "Arola". Los chips de sardina ya los habíamos probado en otros formatos y siguen siendo estupendos. La micro ensalada césar con anchoa casera fue el punto refrescante antes de su versión del bocata de jamón con tomate, en lenguaje gastronómico: esferificaciones de tomate, coca de aceite y Joselito.
Tras una breve pausa valorativa, llegaron los raviolis crujientes de rebollones con crema da calabaza asada, globo de mozzarella relleno de espuma de espárragos y aroma de trufa. Sorprendente el efecto del globo y fantástico el aroma de la trufa. A continuación llegó el arroz, que no podía faltar, con berberechos, navajas y jengibre, y con un fino carpaccio de pulpo y aire de lima. Al recuerdo me llegaron algunos sabores y preparaciones arroceras de Quique Dacosta, aunque sin quitarle personalidad a éste.
La mejor presentación llegó con el bacalao cocinado a baja temperatura con perlas de pimientos asados, carbón de olivas negras y crema intensa de caldo de jamón y puerros con virutas de albahaca. El plato aparece en la mesa cubierto con una campana de vidrio llena de humo que se disipa como la bruma cuando se abre. Muy interesante la mezcla de sabores...el bacalao y el jamón, "mar y montaña". El plato más peculiar, en mi opinión, puede ser el bombón de foie con helado de pan de especias...o te gusta mucho o te echa un poco para atrás el sabor del conejo. A mi me encantó, sobre todo maridado con unos sorbos de El Sequé, pero hubo quien le puso alguna pega a ese gusto tan potente.
Al borde de la extenuación llega el cochinillo confitado con salteado de alcachofas y naranja, pero aunque ya no tengas más hambre no puedes resistirte al color doradito de la piel, crujiente, en contraste con la carne, rosada y tierna. Menudo final ¡¡. Aunque en realidad todavía nos quedaban algunas sorpresas más. La deconstrucción de mojito es genial, tipo sorbete, refrescante después de la carne. La fiesta de chocolate, a los postres, incluía una bolita de tiramisú muy conseguida, aunque tal vez el nombre del plato prometía más calorías y cacao. Ya apurando los restos de la segunda botella de vino llegó la tabla de quesos, tres franceses y tres españoles, con frutos secos y salsas en cuchara para acompañar. Elegir el mejor casi provoca peleas¡¡¡. Siguiendo con el lenguaje taurino hubo "división de opiniones" entre los francófilos y los nacionalistas hispanos.
No quiero que se me olvide un detallazo, el sorbete de gin tonic, que me parece una de las cosas que no hay que perderse en este local. Soberbio ¡.
Así que el personal sacó los pañuelos y pidió orejas ( aunque fueran a la plancha) rabo de toro (estilo cordobés) y varias vueltas al ruedo del personal, que nos atendió estupendamente. Cena larga y -de nuevo- éxito para el Cicerone (yo mismo) que sigo sacando este conejo de la chistera (La Salita) para sorprender a propios y extraños.
Para empezar la "Trufa Blanca"....gran comienzo gustativo e irónico, por el juego que hace con el aspecto de las trufas que no son tales. Luego la espectacular "Bruma", sobre la que reposan las hierbas y las verdurillas. De tercer trallazo el "Cubalibre de foie gras", el original, que ya no sorprende pero ni falta que hace, que está de muerte. Luego llegaron dos platos de 2009, la sopa fría y la ostra ibérica. Son los más arriesgados, con los sabores más potentes, sobre todo la sopa, con la mezcla de crustáceos y cerezas....aunque al ir acabando el plato, se le va pillando el punto al sabor que al principio produce un poco de shock. A continuación llega otro capítulo, el del producto, con unas gambas rojas de Denia muy bien presentadas y una cigala de las Rotas jugosa y plena de sabor. A estas alturas, el Kyrie nos dejaba un regusto casi a manzanilla, al maridarlo con el marisco...(sería sugestión?).
Para ir acabando la Gallina de los Huevos de Oro, riquísimo plato aunque no pudimos dejar de recordar otro: "del huevo a la gallina" de Arzak. Cuando llegó el arroz Senia con morillas, hígado de pichón a la brasa y hierbas silvestres estábamos ya exhaustos....pero pudimos probarlo. Este último plato también es de 2009 y nos enseña cómo pueden hacerse los arroces del siglo XXI.
A los postres, un monocromático de coco, que hacía juego con la escultura que teníamos en la mesa....tal vez un poco simple. Y finalmente las piedras....varias texturas de chocolate y una especie de bola crujiente y dulce que -de nuevo- recuerda la forma de la trufa y enlaza con el primero de los platos...como si fuéramos a volver a empezar. Para los postres tomamos un Pedro Ximénez de Spinola.
Había sido una comida a mediodía espléndida....y seguía jarreando agua. Como ejemplo del excelente servicio de El Poblet, tan solo comentar que nos acompañaron con paraguas al coche. El personal supersimpático y atento. El ambiente muy "afrancesado"....y por poner alguna peguilla -que no todo van a ser piropos- estaría bien algún petit fours con los cafés y no advertir cuando se hace la reserva de que no permiten ropa deportiva o de baño.
Lo del bañador casi que lo entiendo, al estar cerca de la playa, aunque se nota a kilómetros que no es un chiringuito, pero lo de la ropa deportiva me parece muy ambiguo: ¿incluye también el calzado? ¿una camiseta que puede costar el doble de lo que valen algunas camisas?. En fin, el tema de la ropa en estos sitios lo llevo muy malamente. En fin, como el proceloso mundo textil todavía no me afecta al yantar, que es a lo que vamos, pues un sobresaliente¡¡.
Habíamos comido muy, muy tarde...y llegamos al restaurante casi sin hambre y con la amenaza de algunos comensales de dejarse a medias el menú degustación. Sin embargo, al final, casi mojamos pan en las salsas; osea que misión cumplida. Separar el placer de la gastronomía de la mera alimentación es un avance similar al de la distinción entre sexo y reproducción.
Era mi segunda visita a este “must” de la gastronomía valenciana y –de nuevo- cascada de sabores y sensaciones en un entorno muy agradable con un servicio y una atención propios de un restaurante de categoría superior. El reto era sorprender a unos amigos que no conocían todavía La Salita, y la prueba quedó superada con éxito.
El amor de esta gente por los vinos se nota no sólo en la carta, sino también en como tratan al que debería ser -en mi opinión- el verdadero “líquido elemento”. Tomamos con los entrantes un cava Gramona Imperial servido con mimo y después un muy bien decantado Finca Terrerazo 2006 que seleccionamos gracias a la recomendación del sumiller. En una escapada al baño vi junto al lavamanos un revistero del que sobresalía el “Wine Spectator”. No es mala idea si -a pesar de todo- se siguen teniendo dudas a la hora de pedir caldos (je¡).
A mi me encantó el regusto de la anguila ahumada y también el risotto de setas y trufa negra. Mis acompañantes celebraron el pulpo con la patata confitada, con una especie de helado de aceitunas. De la anterior visita recordaba los chips de sardina, así como el sorbete de gin tonic granizado, que vino muy bien para hacer “parada y fonda”. El salmón en caldo corto estaba jugoso y fresco, acompañado de un ravioli de langostino delicioso.
Extenuados y vencidos, llegó la carrillera con salsa de albaricoques. Probarla y terminarla fue todo una misma acción. En unos tubos de ensayo añadían más salsa para acompañar.
A los postres, animados también por unas copitas de Casta Diva, el vencedor absoluto fue el couland con corazón de plátano. Ofició de dama de honor su versión de fresas con nata y recibió la mención especial el bombón de coco y jengibre con bizcocho de fruta de la pasión.
La anterior visita fue a mediodía y en esta ocasión el restaurante estaba como los bancos americanos, en plena “prueba de stress”: lleno de sábado por la noche. Al final todos contentos: el que oficiaba de cicerone -yo mismo- y los invitados que ya se apuntan a La Salita como referencia inexcusable en próximas visitas a la ciudad de Sorolla.